Julio Montaner habla rápido pero el inglÂŽs que emplea durante gran parte del año en Canadá, en donde vive y trabaja, apenas asoma en algunas palabras. Luce su moño habitual y el clásico lazo rojo, sÃÂmbolo del compromiso y trabajo hacia las personas con VIH, sobre la solapa del saco, acaso como una primera contraseña para quien no lo conozca.
Tras haber dado una clase magistral ante un auditorio completo en la Universidad de El Salvador, en donde lo distinguieron con la entrega de un doctor honoris causa, este mÂŽdico porteño, nacido en 1956, se prepara para volver a la universidad de la provincia canadiense de British Columbia. El reconocimiento se sumará a muchos otros, como el Premio Mundial de Ciencias Albert Einstein (2010) o la distinción de la revista Science, por el mejor avance cientÃÂfico del 2011. O el apoyo que el papa Francisco o Bill Gates le dieron a sus propuestas.
Ahora, entre viejos amigos y tras una celebración muy solemne, se lo ve alegre y relajado. No piensa en premios. En su cabeza hay un sinfÃÂn de ideas que dominan todo: la epidemia del VIH, la estrategia para controlarla y cómo seguir achicando los números de las nuevas infecciones. Es una mezcla de obsesión y compromiso que en 1996 lo llevó a liderar el descubrimiento del triple cóctel antirretroviral, que posibilitó el control de la expansión del VIH en el cuerpo. Aquel avance convirtió a la infección en crónica. En la dÂŽcada siguiente propuso la estrategia que cambiarÃÂa el rumbo de la epidemia: el “Tratamiento como Prevención”, apoyado en los testeos a todas las personas y, en los casos positivos, en un rápido acceso al tratamiento como forma de prevención de nuevas infecciones.
“Postulamos que si pudiÂŽramos acercar los pacientes al tratamiento y el tratamiento a los pacientes en forma facilitada podrÃÂamos concluir la epidemia. En el 2006 esto era un poco polÂŽmico, pero hoy por hoy no es asÔ, dice Montaner. En el medio, tuvo que romper con la barrera de quienes desconfiaban de su idea.